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ARGENTINA
09-12-2020

Ese otro y desconocido Maradona

(Villa Elisa al Dia)

2020-12-09-5:05
El periodista hace un parangón entre dos personas del mismo apellido. Diego el mas famoso, jugador de fútbol, y el otro Medico, casi desconocido, que llego en tren un día a Estanislao del Campo en Formosa.
Por Luis María Serroels (*)


Entre las inagotables vivencias que fue acumulando en su vida increíble y nunca superada, el mundo seguramente alguna vez se habrá imaginado a un Maradona quizás siendo bisabuelo, canoso, arrugado, sereno, cuasi como un filósofo mundano y aficionado, abundante de descendientes y desbordado de recuerdos girando en un globo terráqueo imaginario. Y encima, pisando “el verde césped” el comentarista Enzo Ardigó al lado del inigualable relator Fioravanti. Sus épocas perdieron el tren que llevaba al éxtasis manejado por el Pelusa de las carencias alimentarias de Villa Fiorito, pero con el calendario preciso que entre sus manos al abrazarla con mansedumbre sentenció que “la pelota no se mancha”. Y eso se convirtió en leyenda con identidad propia: Diego Armando Maradona. Su vida estrictamente privada no será cuestión en esta columna.

El enorme escritor Eduardo Galeano nos regaló esta reflexión: “Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja como un desafío candente sobre las consecuencias de los hombres”.

Cómo no degustar in eternum con rótulo celestial de protagonismo bien “maradoniano” y sello vengador, ante los creadores del “fobal” pero en tierras aztecas, esta obra colosal con diseño de apilada de vasallos de la Reina. Fue el gol de la humillación ajena. Al que todo el planeta hizo enloquecer; hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, suscribiendo desde el corazón la firma con nombre de gol argento en camino hacia un nuevo trofeo internacional.

Quien quiso abordar esta nota, no duda de que el propio Maradona desde su descanso final, seguiría festejando tan desmesurada cátedra del balompié. Los paradigmas sirven para espejarse ante los grandes fenómenos, como el que quedó estampado en el universo del más bello juego.

Pero los argentinos tuvimos para nuestro orgullo otro Maradona (Esteban Laureano), poco recordado por la flaca memoria popular. Un médico rural cuya natural filantropía, altruismo y abnegación lo llevaron a posar su mirada y su compromiso en el bien común. Su historia nos conmovió y emocionó. Como se verá, por esas cosas del destino, homónimos. Nos atrajo y lo seguirá haciendo, la idea de confrontar este apellido mundialmente famoso por sus hazañas en su idilio con una pelota, con otro idéntico pero en un mundo diametralmente distinto. Sin loas desmedidas –porque siempre las rechazó- ni la fama que podría empalagar y contagiar hasta rechazarla el propio depositario. Los paralelismos suelen ser un procedimiento útil para establecer reacciones contrapuestas de la sociedad.

Hablamos de dos apellidos iguales pero portadores de realidades marcadamente opuestas. Un vendaval de justas ponderaciones para quien en vida llenó al césped de fantasías. Y el otro por destino y opción de amor, entregado al ámbito de la ciencia médica.

Hemos tenido para nuestro orgullo un par de Maradonas. Un médico rural cuya natural filantropía, altruismo y abnegación lo llevaron a posar su mirada y su compromiso en el bien común. Su historia conmovió y emocionó. Ambos apellidos homónimos aunque uno de ellos condenado al olvido.

Llegado al mundo en la santafesina ciudad de Esperanza el 4 de julio de 1895, creció en un hogar de 13 hermanos. El traslado familiar a Buenos Aires en busca de nuevas oportunidades propició que Esteban Laureano, con mucho tesón, se gradúe de médico. Habiéndose radicado en Resistencia (Chaco) fue testigo del golpe cívico-militar de 1930 que derrocó a Hipólito Yrigoyen. Y allí se dedicó a dar conferencias en plazas públicas en defensa de la democracia y del gobierno constitucional, lo que le valió la enemistad de los usurpadores del poder.

Perseguido por la “restauración conservadora”, se exilió en Paraguay donde también se sobrellevaban conflictos armados y a cuyos soldados empezó a asistir bajo el lema “humano y cristiano es restañar las heridas de los que caen en el campo de batalla por desinteligencias de los que gobiernan”. El no ser parte de la causa política reinante le valió días de cárcel y tras ser liberado trabajó como camillero en el Hospital Naval del cual llegó a ser su Director. Enamorado de Aurora Ebaly, una muchacha de 20 años, llegaron a comprometerse pero en 1934 la fiebre tifoidea se la llevó. Decidió no comprometerse nunca más y permaneció soltero hasta el fin de sus días.

Retornado a su país, no sin antes donar sus sueldos a los soldados y a la Cruz Roja y eludir los honores proyectados, se estacionó en los montes formoseños donde halló su lugar en el mundo luego de que se le pidiera quedarse por ser el único médico. “Había que tomar una decisión y la tomé: quedarme donde me necesitaban”, explicaría luego. Y allí se quedó durante 53 años de su vida renunciando a un pasar mucho más cómodo y holgado en Buenos Aires.

Relacionado con tobas y pilagás desnutridos, se propuso la meta de ayudarlos, comprenderlos y ser parte de su cultura. Logró erradicar de ese olvidado rincón del país los flagelos de la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera, el paludismo y hasta la sífilis. Y además consiguió que el gobierno formoseño les adjudicara tierras fiscales.

Les enseñó a cultivar ciertas plantas, construir edificios y –con su dinero personal- financiar tareas agrícolas. Ejerció como maestro y ello lo condujo a escribir sobre etnografía, lingüística, historia, sociología, mitología indígena y zoología. Rechazó cargos importantes y honores, aunque no pudo eludir que se lo distinga como “Médico Rural Iberoamericano”, negándose a aceptar el dinero que acompañó al premio porque decidió que se emplee para sostener una beca destinada a estudiantes de medicina.

Llegado a la ancianidad, rechazó una pensión que intentó otorgarle el gobierno. Resultó postulado tres veces al premio Nobel y recibió el premio como Estrella de la Medicina para la Paz concedido en 1987 por la Organización de las Naciones Unidas. Rechazaba la fama por no considerarla importante y encima declaraba: “Yo soy sólo un médico de monte, que es menos aún que un médico de barrio (…) cómo voy a ser un hombre ilustre si de chico fui retraído, taciturno. Fui mal alumno, desordenado, rebelde, solitario y de carácter fuerte. Era medio desobediente y a veces prefería quedarme pintando debajo de un ombú antes que leer libros”.

Un gran pensamiento suyo fue que “si algún día un asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, éste es bien limitado. Yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien a mis semejantes”. En 1986 y a los 91 años, Esteban Laureano Maradona enfermó, por lo que decidió volver con su familia. En ese 1986, Diego y Laureano Maradona en una de esas se entrelazaron en un abrazo virtual en el instante del ¡¡gooooooolll argentinoooo!! Para Dios siempre hay milagros.

Falleció de vejez el 14 de enero de 1995, apenas unos meses antes de cumplir 100 años de vida. Como homenaje a su memoria el 4 de julio ha sido declarado Día Nacional del Médico Rural. Un ser humano que confesó estar “satisfecho de haber hecho el bien en lo posible a nuestro prójimo, sobre todo al más necesitado y lo continuaré haciendo hasta que Dios diga basta”. Y así fue nomás. Dos personas con idéntico apellido. Dos vidas diferentemente transitadas. Uno quedará eternamente en la historia del deporte universal. El otro en las alturas donde la ciencia es un apostolado. ¿No les parece?

(*) Especial para ANALISIS

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