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ARGENTINA
02-12-2021

Armando Bo filmará la historia de Robert Cox, el periodista que enfrentó la dictadura: “Nuestro objetivo era salvar vidas”. Fue director del Buenos Aires Herald.

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(Villa Elisa al Dia) Robert Cox y las madres de plaza de Mayo en 1978

2021-12-02-6:52
El director y guionista y el ex editor del Buenos Aires Herald hablaron con Infobae sobre el proyecto de la productora About Entertainment y la actuación del periodista inglés durante el gobierno militar. Las reuniones con Videla, Massera y Harguindeguy, la decisión de publicar noticias sobre los desaparecidos, la cárcel que sufrió y las amenazas contra su familia que lo obligaron al exilio


Por
Hugo Martin


“Un hombre hace lo que tiene que hacer, señor Cox. Yo me encuentro entre sus admiradores” (Jorge Luis Borges)

Armando Bo (nieto), ganador del Oscar y el Globo de Oro y uno de los guionistas y directores más destacados de su generación, mira embelesado al hombre de 87 años que está sentado a su lado en el Café Tortoni. Nació en 1978, el mismo año en que Robert “Bob” Cox, de quien atiende cada palabra, se jugaba la vida -literalmente- a cargo del Buenos Aires Herald (el periódico argentino de habla inglesa que dejó de editarse en 2017, luego de 140 años), el único que publicaba noticias y editoriales donde nombraba todas las palabras que la dictadura había prohibido: desaparecidos, secuestros, grupos de tareas y represión. Fue uno de los primeros en acercarse a las Madres de Plaza de Mayo en sus rondas de los jueves, aunque hoy diga que “Hebe de Bonafini no representa a los derechos humanos”.

Bo toma nota en una libreta al mismo tiempo que Cox responde las preguntas de Infobae. Al mando de su productora, About Entertainment (cuyos socios son Mercedes Reincke, Natacha Cervi y Ezequiel Olemberg), el director de El último Elvis y guionista de Birdman, entre otras, filmará la historia de ese diario y ese periodista. Será una ficción basada en el guión que escribió Michael Steinberger, periodista de The New York Times Magazine, que a su vez abrevó en el libro “Dirty Secrets, Dirty War: the Exile of Robert J. Cox” (Secretos sucios, guerra sucia: el exilio de Robert J. Cox), escrito por David, el hijo del editor del Herald. En una mesa apartada del café de avenida de Mayo están Maud Daverio, la esposa argentina del periodista, con quien vive en Carolina del Norte, Estados Unidos, y el actor Armando Bo (padre).

Bo arranca la charla: “Mi carrera, en algún punto, siempre buscó salir de la Argentina. Busqué contar historias que no estaban relacionadas con nuestro país. Pero me llegó el guión y el libro. Y en el momento que los leí descubrí que sí lo quería contar. Mi intención, ahora que estoy más maduro, encontrar el punto de vista de Bob fue súper importante. Y no sólo el suyo, sino el de su familia, su esposa Maud, sus hijos; y ese periodismo bueno y puro, que hablaba de la realidad cuando nadie lo hacía. Me llenó y me conectó. Y espero que le llegue a las generaciones que no lo vivieron, actualizarles ese tramo de la historia y contarla de otra manera”. Quizás el director no hace más que honrar su sangre: su abuelo -por supuesto que desde un lugar muy distinto al de Cox- también peleó por la libertad de expresión. “Las historias de lucha contra la censura y las amenazas que vivió mi propia familia pueden haber estado dando vueltas. Obvio, no me impactaron por una cuestión de edad. Pero las escuché. Y con Bob abrí los ojos aún más todavía. Hoy podríamos pensar ‘¿cómo no se hablaba? ¿cómo no se decían esas cosas? Pero lo que ahora es obvio, no lo era tanto entonces …”
Robert Cox junto a las Madres de Plaza de Mayo (Harry Ingham Cox family archive)
Robert Cox junto a las Madres de Plaza de Mayo (Harry Ingham Cox family archive)

Por ahora, Bo no quiere anticipar qué contará exactamente la película. “Sin dudas la historia comenzará con la época previa al golpe, para dar un poco de contexto, y luego la escalada de ese desastre y delirio de violencia que llegó a un punto en que la familia debió irse del país por el riesgo de que los maten”. Sin embargo, repasar la historia personal y profesional del periodista da la pauta de lo que veremos.

Robert Cox comenzó su carrera periodística en Inglaterra, su país natal. En un castellano lento y una voz que de a ratos se cansa, cuenta: “En unas vacaciones del colegio fui a un diario local de Essex y les ofrecí mis servicios gratis. Les llamó la atención, nadie lo hacía. Hoy los periodistas buscan trabajo por todos lados, pero entonces era extraño. Me dijeron que sí y trabajé llevando las placas de las fotos. Y luego me ofrecieron llevar los diarios… Así empecé”.

“Fijate los cambios -suma Bo-. Antes la gente se despertaba y quizás debía ir a buscar el diario. Hoy te levantás y tenés el teléfono para enterarte de todo. El peso que tenían los diarios era enorme”.

Más adelante, Cox se enroló en la Royal Army y fue destinado en Corea. “Al regreso a Inglaterra me propuse salir a conocer el mundo. En una revista, World Press News, vi un aviso para trabajar en el Buenos Aires Herald. Me interesó mucho por varias razones, pero sobre todo porque mi padre, que estuvo en el ejército como operador de radio, nombraba mucho a Buenos Aires como un lugar maravilloso. En la década del 20, antes del crack mundial, trató de convencer a mi madre de emigrar a la Argentina pero no quiso… Al final, el que emigró aquí fue yo, en el 59″.

Sus ideas sobre nuestro país chocaron contra la realidad. “Desde el principio, la gente del Herald me escribió describiendo la Argentina. Me decían que el gobierno de Frondizi sería el ‘turning point’ del país. Cuando llegué, me pareció que la situación política en Buenos Aires estaba mal, y poco después vino el golpe a Frondizi”.

Ese golpe de Estado, sumado al que sufrió Arturo Illia en 1966, quedó pequeño ante la brutalidad del que se produjo en el ‘76. “Era obvio que iban a hacer el golpe. Teníamos una persona en la Casa Rosada para que nos avisara. ‘Están llegando los tanques’, nos dijo. Tuve que escribir una editorial, porque yo no estaba a favor del golpe. En el tiempo de Illia yo estaba en Casa Rosada, y me echaron a mi también. Y pensaba ‘qué mal’. Yo recuerdo que la revista Confirmado pronosticó hasta el día del golpe. La manera para seguir adelante era la democracia”.


En 1976, Robert Cox era, además de editor del Buenos Aires Herald, corresponsal del Washington Post, del New York Times y Newsweek.
Mientras en los Estados Unidos el primero de los medios mencionados había puesto en jaque al presidente Richard Nixon con el caso Watergate, que lo llevó a renunciar en 1974, aquí su enviado no sólo se debatía contra la censura: su seguridad personal y la de su familia estaban en peligro. “Nos llamaron de Casa Rosada y nos dieron una lista de cosas que no se podían mencionar: tiroteos en la calle, aparición de cuerpos. Cosas que los militares no querían que la gente leyera. Pero nosotros sabíamos que había que informarlo. Yo le dije a Andrew Graham Yooll (Periodista del Herald que debió exiliarse el mismo 1976), que no lo podíamos aceptar. Tuvimos la suerte -y la desgracia- de estar muy cerca de casa de Gobierno (en la calle Azopardo). Andy trajo el papel, era un pedazo de papel mal escrito. Y lo publicamos en el diario, para que los lectores supieran de esa situación anormal. No queríamos hacer un diario de denuncias, pero luego lo tuvimos que hacer, porque las agencias internacionales estaban publicando lo que pasaba en la Argentina. que por las calles salían los Falcon verdes…”.

-¿Qué tirada tenía en Herald en ese momento?

-No recuerdo bien, unos diez mil ejemplares. De todas maneras, en esa época los números de circulación eran inventados. Una vez, Andy estaba cenando con alguien del gobierno y le preguntó cuántos diarios se vendían, y le dijo cien mil, jaja… Pero ganamos tiraje, a pesar que al final el diario era visto como una oposición. Y sí, lo fuimos. Mucha gente descubrió que el Herald sí publicaba lo que estaba pasando. Nuestro objetivo, en definitiva, era salvar vidas.

-¿Cómo recibieron los lectores angloparlantes del diario la posición que tomaron con respecto a los derechos humanos?

-Tuvimos mucho rechazo. Perdimos los avisos grandes de las multinacionales. Pero al mismo tiempo ganamos muchos otros lectores y avisos que no preguntaba de dónde venían y nos permitió subsistir económicamente.

-¿Cuál fue su primer contacto con los familiares de los desaparecidos?

-No recuerdo exactamente. Pero sí cuando una señora se me acercó y me preguntó si yo era corresponsal. Nos fuimos a tomar un café. Me contó que ella, su marido y su hijo estaban en su casa, que entró un grupo de tareas, robaron todo, se llevaron a su marido y la golpearon a ella. Yo decidí ir a ver a (general Albano) Harguindeguy. Tuve muchos encuentros con él. Fingía que no sabía. ¡Una vez me dijo ‘¿usted sabe algo de la ESMA’?! También recuerdo que fuimos a investigar un caso en Zárate. Andy recibió una carta sobre el tema. Era el jefe de un laboratorio universitario, que vivía rodeado de estudiantes, y por eso era sospechoso. Fueron a buscarlo y le dijeron que solo le querían hacer unas preguntas. Pero lo secuestraron, lo torturaron y lo mataron. Dos días después lo encontraron en una zanja. En el cementerio, cuando lo enterraban, pasaron vehículos, no estoy seguro si Falcon verdes, tirando panfletos aparentemente de los montoneros que decían “hemos ajusticiado a este hombre”. Todo tratando de cubrir la verdad. La familia tenía miedo y no quería hablar. Yo era muy amigo de monseñor Kevin Mullan, secretario de Pío Laghi (Nuncio Apostólico en Argentina entre 1974 y 1980). Yo vivía en la esquina de la curia. Me dijo “vino un señor de Zárate y me dijo que eso pasó. Que cuando lo torturaban le pedían nombres de la ‘gente de la Orga’, el nombre que usaban para los Montoneros. El hombre dio nombres de personas respetables y luego desaparecieron”. Así conseguíamos la información.
La película sobre Robert Cox que dirigirá Armando Bo está basada en el libro “Dirty Secrets, Dirty War: the Exile of Robert J. Cox” (Secretos sucios, guerra sucia: el exilio de Robert J. Cox), escrito por David, el hijo del editor del Herald

-Estuvo cuatro veces con Videla. ¿Le preguntó por los desaparecidos?

-Si, la primera vez, al poco tiempo del golpe. Había dos periodistas más. Estaba vestido de civil, se movía, como nervioso. Era amable, horriblemente amable, digamos. Al final no aguanté y le dije “Presidente, siguen las desapariciones, siguen los Falcon sin patente…” Cambió totalmente. “Bueno, hay que entender, en el tiempo de Julio César también tuvieron que hacer cosas así”... Para mí esa fue una confirmación de lo que sucedía.

-Usted dijo alguna vez que Videla era nervioso, pero de Massera señaló que era “el mal”. ¿Cómo fueron sus encuentros con él?

-Ah, si… Él estaba enojado porque yo había contado la pelea entre la Marina y el Ejército. En ese momento estaba Viola. Me hizo esperar y esperar… muchos cafecitos. Me hicieron pasar a su oficina y me dijo: “Cox, si usted menciona mi nombre una vez más lo voy a tener que dejar adentro para siempre”. Fue una amenaza directa… Yo tenía un amigo en el gobierno, Walter Klein (funcionario del ministerio de Economía que sufrió un atentado de Montoneros en 1979, donde murieron sus dos custodios). Él me avisaba que decían “qué vamos a hacer con Cox”... Entonces hacíamos una nota linda sobre las flores que ponían en Plaza de Mayo. Así sobrevivíamos.

-Finalmente, lo detuvieron.

-Si, en la Superintendencia de Seguridad, que era una dependencia de la Policía Federal. Lo que vi allí fue increíble. Cualquier preso que entraba ahí podía ver una esvástica pintada en la pared, y abajo una frase sobre el nazismo. Me tuvieron poco tiempo. Escuchaba los gritos de la tortura. Estuve en cuatro celdas. Poco a poco me mejoraban la situación. Es que el Herald había empezado a ser conocido. Si hubiera sido antes, me mataban como una mosca. Al final estaba con los presos VIP. Cuando llegué estaban tomando gin tonics y comiendo tortilla española (ríe). Harguindeguy tenía a esa gente ahi para chantajearlos, porque eran ricos.


-¿Qué hecho lo llevó a irse del país junto a su familia en 1979?

-Si, hubo dos cosas. Una carta a mi hijo Peter, de 14 años, muy bien hecha, aparentemente de Montoneros. Pero yo sabía, por amigos que estaban trabajando en la SIDE, que hacían amenazas siempre de esa forma. En ese caso, la carta tenía mucha información sobre mi familia. Trataba de vincularme con los Montoneros. Era todo un sistema de amenazas. Y después trataron de secuestrar a Maud, mi señora.

El texto de la carta era exactamente el siguiente: “Querido Peter, sabemos que estás preocupado por las cosas que les pasan a los familiares de tus amiguitos y que tienes miedo que también le ocurran a ustedes y a tu papá. Pero nosotros no nos comemos chicos crudos con el desayuno. Considerando el miedo que tienen ustedes y que tu papá es un periodista de alto nivel que nos es más útil vivo que muerto, hemos decidido enviarte esta pequeña esquela como advertencia. Por esta razón y en consideración al trabajo que cumple tu papá le ofrecemos (y también a todos ustedes: Peter, Victoria, Robert, David y Ruth) la opción de salir del país en el que corren el riesgo de ser asesinados. Elijan lo que más les guste y díganle a “daddy” y “mummy” que vendan su casa, los autos y vayan a trabajar a París en otro diario del Herald. También pueden ustedes quedarse aquí, luchando por los derechos humanos, pero no creo que sea lo que prefieran ni sus papás ni sus tíos que los están esperando en Inglaterra para Navidad. Un gran saludo revolucionario para tu papá”.

-Una ucronía para el final: ¿cómo habría sido la situación con Internet, redes sociales y whatsapp?

-Totalmente diferente. Pero no era tanto. Lo que faltó en ese entonces fue que los grandes medios publicaran, por ejemplo, una carta de las Madres de Plaza de Mayo. Nada más que eso. Hubiera cambiado todo. Pero no lo hicieron. Yo escribí un artículo para el Washington Post donde dije que en Argentina no había una revolución sin sangre, había mucha sangre. Tenía relación con algunos periodistas de acá. Mire, los jefes de los Montoneros, cobardes, salieron del país muy rápido. Dieron una conferencia de prensa en Roma. Yo pregunté a algunos si lo iban a publicar, pero no lo hicieron. Era difícil. Estaban acostumbrados, durante años y años, a reflejar lo que querían los gobiernos dictatoriales.

Para Armando Bo, que siguió las palabras de Cox con atención, “hoy, eso que escribió Bob se hubiera retuiteado miles de veces. En definitiva, la ausencia de verdadera información fue lo que hizo dudar a la gente sobre lo que sucedía”.

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