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DELTA ENTRERRIANO
27-03-2011
LOS NARCOTRAFICANTES AMENAZAN A UNA FAMILIA-INVESTIGACION Y FOTOS:CLARIN-
ClarĂn.ÂżQuĂ© hay detrás de esas luces que se mueven en la noche del campo? Es la una de la madrugada de un jueves y Oscar Maglione está a punto de descubrir algo que cambiará su vida. Con uno de sus cuatro hijos, la escopeta en una mano y la linterna en otra, sale de su casa rumbo al arroyo de allá atrás, a unos 500 metros, de donde vienen las luces en movimiento, luces extrañas que se agitan dibujando cĂrculos, buscando algo, porque no pueden ser ni de luciĂ©rnagas ni de reflejos sino de otras linternas, en manos de desconocidos. A poco de andar, Oscar se convence de que vienen del arroyo, que alguien navega las aguas quietas de ese cauce manso que atraviesa su campo, que lo que estalla allĂ no será nada bueno:
"Y entonces nos mandaron bala. 15 tiros conté”, dice Maglione unos meses más tarde, con las sensaciones intactas. Es que su memoria no va a traicionarlo. Esa noche comenzĂł a vivir una historia que todavĂa no terminĂł, una historia de locura que viene a confirmar que su campo y los campos de sus vecinos, al sur de Entre RĂos, a 150 kilĂłmetros de la capital porteña, a dos horas de auto desde el Obelisco, se ha convertido en un punto medular de una nueva ruta o posta del tráfico de drogas, desde donde se abastece, a travĂ©s de sus arroyos, riachos o rutas de tierra, al conurbano bonaerense, a Uruguay, y, desde estos trampolines, tambiĂ©n a Europa, afirma ClarĂn. “Hay pistas clandestinas en la provincia, sobre todo en la zona de islas y montes. Son lugares de difĂcil acceso y se usan para arrojar drogas”, reconociĂł el Director de ToxicologĂa de la policĂa de Entre RĂos, JosĂ© Luis ChurruarĂn. En realidad, lo que hizo fue admitir lo que el caso Maglione y muchos otros ya hacĂan evidente.
ÂżQuĂ© tiene que ver el bueno de Maglione, nacido y criado en el campo, con ese mundo de destrucciĂłn? Nada, pero la suerte y su empeño lo pusieron al frente de poco más de 600 hectáreas de tierra -el establecimiento “El Charolais”-, donde dos dĂas despuĂ©s de la primera balacera, mientras movilizaba a su decena de caballos, encontrĂł un primer cargamento de marihuana, hierba fresca, reciĂ©n prensada, en 30 o 40 paquetes envueltos en nylon, listos para ingresar en el mercado minorista de la droga.
Fue su tercer hijo, Juan Gervasio, el primero en ver los paquetes. Estaban ahĂ tirados, como si hubieran caĂdo desde el cielo, aplastando en desorden el pasto hĂşmedo:
-Acá hay algo raro, papá.
Y Oscar, con esa sabidurĂa de los que hablan poco pero escuchan mucho, sin saber con precisiĂłn pero intuyendo, mirĂł los paquetes y dijo por Ăşnica vez:
-Eso no se toca.
La droga habĂa sido arrojada desde avionetas, que vienen de vaya a saber dĂłnde, aunque la Justicia y la PolicĂa de Entre RĂos sospechan que de Salta, Misiones o de Paraguay, buscando en estas tierras repletas de riachos el punto de enlace ideal para que sea llevada en lancha o en auto hasta su destino final, el de los consumidores. No era esa la primera vez que ocurrĂa algo asĂ en la zona, ya que en el campo vecino, “La Tormenta de Islas”, se habĂan encontrado otros 30 paquetes unos meses antes, sumándose a una larga lista de hallazgos, tanto de marihuana como de cocaĂna, en campos pequeños de la regiĂłn. Tantos casos y en tan poco tiempo permiten ya, segĂşn fuentes de la Justicia, de la Prefectura y de la PolicĂa local, hablar de una nueva ruta narco, de no más de tres años de antigĂĽedad.
Los primeros disparos y hallazgos en el campo de los Maglione fueron en setiembre del año pasado, hace seis meses. Oscar lo denunciĂł de inmediato a la PolicĂa, que se llevĂł la droga para su decomiso y le asignĂł un suboficial de custodia, apenas un hombre, que todavĂa vive con la familia. Diez dĂas despuĂ©s Maglione encontrĂł un segundo cargamento, arrojado una vez más sobre su campo, a unos 50 metros del arroyo, sobre un conjunto de camarotes. Eran otros 30 o 40 paquetes, para completar los 70 kilos de marihuana lanzados sobre su tierra inocente.
ÂżY la lancha que antes habĂa pasado a retirarlos? Dos noches más tarde del segundo hallazgo volvieron a aparecer. Eran las mismas luces, sĂłlo que más cercanas. Esta vez venĂan a buscar la droga, pero tambiĂ©n venĂan a buscarlo a Ă©l.
Con 60 años reciĂ©n cumplidos, 11 fracturas a cuestas por diferentes caĂdas y golpes de tanto andar a caballo y codearse con vacas y toros, Oscar Maglione se criĂł en esta zona del sur de Entre RĂos, conocida como la “zona de islas”, donde empieza a formarse lo que más al sur será el Delta del Paraná. Y está curtido en su bravura. Los campos suelen estar atravesados por arroyos (como el Baltazar, que parte en dos al campo de Maglione), que se conectan luego con el RĂo Paraná hacia el Oeste, con el Paranacito o con el RĂo Uruguay más allá, hacia el Este. Es una de las zonas más fĂ©rtiles de la Argentina, sĂłlo que las crecidas del Paraná acaban por arruinar cualquier posibilidad de cosecha y sĂłlo se usan para el pastoreo.
“Se calcula que la zona de islas ocupa un millĂłn de hectáreas, de una de las tierras más fĂ©rtiles del planeta. Si se hicieran obras de protecciĂłn contra inundaciones la productividad no tendrĂa techo”, cuenta el fiscal de Estado de la provincia de Entre RĂos, Julio RodrĂguez Signes, estudioso del problema de este suelo abandonado por el Estado y ahora pretendido por los narcos.
La casa de los Maglione está, como todas en la zona, preparada para esas inundaciones. Es una casa grande pero austera, sobre un terreno elevado, pero a pesar de eso tiene los enchufes a metro y medio del piso, porque cada tanto hay que juntar lo que se pueda y salir corriendo para no morir ahogados. Al hogar lo conducen Oscar y su mujer, Fabiana Parada, y con ellos viven sus cuatro hijos, ya adultos, ya fornidos, además de sus dos nueras, y por supuesto los animales: un par de perros, una cotorra que cena con la familia, una chanchita criada como si fuera un gato (responde al nombre de “Mamera”) y que se tira ante las visitas para que le rasquen la panza. Desde septiembre del año pasado se ha sumado a ellos el custodio, un suboficial de la PolicĂa de Entre RĂos que de a ratos mira al cielo, no por romántico sino porque desde allĂ, desde algĂşn lado, cada diez o quince dĂas se aparece una avioneta, volando al ras de la casa, a velocidad de pájaro, tan pero tan cerca que se distinguen con claridad las figuras del piloto y de dos o tres pasajeros cada vez.
“Apenas se va la camioneta, me llegan los mensajes”, cuenta ahora Oscar, y abre su teléfono celular. Lo que allà guarda son mensajes de texto, uno tras otro. “Que te vayas del campo”. “Que vendas todo”. “Te vamos a matar a la familia”.