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COLÓN
13-02-2007
ROBO EN LA OFICINA DE LA EMPRESA FLECHA BUS DE COLÓN.
Este lunes la oficina de venta de pasajes de la Empresa de colectivos Flecha Bus, de la ciudad de Colón, según trascendidos extraoficiales fue asaltada, el local se encuentra ubicado calle Alem, casi esquina 12 de Abril. El atraco se produjo en las primeras horas de la tarde, cuando dos delincuentes se apoderaron de una importante suma de dinero; Según se pudo establecer, uno de los malvivientes entró a la oficina y mientras su cómplice oficiaba de campana, amenazó a la empleada y se apoderó de la recaudación cuyo monto superarÃa los 3.000 pesos, para luego escapar.
Lo extraño del caso es que nadie se percató de los movimientos, pese a que a pocos metros del lugar hay una remiserÃa, una heladerÃa y otros locales que habitualmente están llenos de gente. La PolicÃa de Colón trabajaba en el caso intentando dilucidar lo sucedido.
HISTORIA DE FLECHA BUS.
Para hablar de Flechabus y fundamentalmente para comprenderla hay que remontarse a los orÃgenes allá por el año 1959. La luz de aquellos años sólo puede aportarla el señor Hugo Derudder que por entonces vivÃa en Colonia El Carmen junto a su esposa Lelia Clara Blanc y sus tres hijos mayores: Yolanda, Raúl y Guillermo. Su actividad era el cultivo de arroz y con emoción recuerda que en aquel año, debido a las grandes inundaciones, habÃa perdido casi toda la cosecha. Luego de consultarlo con su esposa decide trasladarse a Villa Elisa en tractor (único medio de transporte posible en la época) para pedirle consejo al señor Jáuregui para poner una lÃnea de colectivos a Concepción del Uruguay. Al estar esta lÃnea en manos del señor Ricardo Rojido, deciden trasladarse a Paraná para hablar con el Director de Transporte.
Parten en un colectivo de "La Flecha", propiedad del señor Bourband que, al llegar a la altura del rÃo Gualeguaychú se empantana.
HISTORIA DE FLECHA BUSAl tomar conocimiento del interés de Derudder en poner una lÃnea de colectivos, Bourband nervioso responde "hace seis meses que no trabajamos, si quiere le vendo, ya que quiere poner colectivo". Luego de sacar el colectivo del barro, regresan a Villa Elisa y en la confiterÃa del señor Bilche (Avda Mitre y D’ElÃa) se cierra el pacto en 400.000 pesos. Bourband acompaña a Derudder al tractor y le dice "mañana me trae 100.000 pesos y la empresa es suya; el resto a un mes". Derudder recuerda que Bourband era un hombre de palabra, de los que decÃa "esto es asà y asà se hace".
La emoción permanece en los ojos de don Hugo cuando recuerda que camino a su casa pasa por lo de Pedro Orcellet, a proponerle una sociedad que acepta gustoso pues él también estaba cansado del campo. Le tiembla la voz cuando recuerda, la charla con su esposa; aceptar dar un vuelco a sus vidas; solicitar un adelanto al gerente general de la "Gallo", Domingo Sciancalépore; comprar una casita en Colón; trasladarse con su familia y su socio y quince dÃas más tarde comenzar con la nueva empresa. Asà nació, en aquel año lluvioso de grandes crecientes, la Empresa La Flecha, bajo la firma Derudder-Orcellet. Como un niño que evoca el recuerdo de los primeros juguetes de un dÃa de Reyes, don Hugo habla de los dos primeros coches: dos "forcitos" nafteros modelo 46, uno de 24 asientos y el otro más pequeño, de 18.
Primero fue la lÃnea Colón - Villaguay que más tarde se extendió a Paraná y por un tiempo la lÃnea Colón - San Salvador. Con la mirada húmeda y perdida en el tiempo detalla la construcción de aquellos colectivos. "Era un esqueleto de madera armado sobre un chassis; una casilla a la que se le dejaba el hueco para las ventanillas; luego lo enchapaban, se colocaba las ventanillas y muchas veces los tenÃan que mojar para que se hinchara la madera y asà lograr que no entrara tierra". Al principio hacÃan un viaje diario a Villaguay partiendo de Colón a eso de las seis o siete de la mañana para regresar a las 12 y estar en Colón a eso de las dos y media de la tarde. Luego realizaban un viaje expreso a Villa Elisa sobre las seis de la tarde. Ya en aquella época el camino a Elisa estaba asfaltado. Ellos eran los choferes manejando un dÃa cada uno o un viaje diario cada uno.
Aquel viejo camino, hoy convertido tal vez en campo o sendero, era obligado para llegar a las colonias, La Suiza, Las Pepas y Capilla que, en tiempos de lluvia, podÃan quedar aisladas hasta 15 o 20 dÃas. Años más tarde llegó la ruta, al principio de ripio y después de asfalto. Navegando en la memoria de don Hugo aparecen un sinfÃn de rostros desde pueblerinos hasta colonos de mirada limpia y pocas palabras; de sombrero en la mano para el saludo que subÃan y bajaban de los colectivos para desembocar en aquella noche de lluvia en que tuvieron que dormir en el camino. También aparece el rostro del "negro" Bourband, el primer chofer, ya fallecido.
En el año 1960 la empresa ya tenÃa cuatro coches. Por razones "polÃticas" le quitan la lÃnea a Paraná y se achican los ingresos. Decide entonces con su familia que habÃa que emprender algo más. Comienzan a hacer turismo y se enorgullece de ser uno de los pioneros dentro de la provincia. "El primer viaje a Córdoba en el ‘63 fue con un Ford 51 con motor perkins gasolero - que él mismo colocó- y carrocerÃa de madera, que le habÃan comprado al Expreso Azul"- recuerda.
Ese primer viaje es un recuerdo vÃvido que parece haber transitado ayer mismo. Los pasajeros eran los egresados del Colegio Nacional Magisterio Anexo de Villa Elisa y en su sonrisa se mezclan la emoción y ternura cuando recuerda entre otros el rosto juvenil de Alfredo Roude, hoy abogado.
De aquellos primeros viajes en los cuales era acompañado por su esposa, recuerda claramente que para venderlos se iba casa por casa ofreciéndolos a los vecinos. Era muy difÃcil completar un viaje porque eran viajes familiares y él era el único chofer.
Las comunicaciones eran cosa seria en esa época. No contaban con oficina de turismo, sólo con el teléfono y doña Lelia se encargaba de todo. Las llamadas a veces demoraban una semana. Las reservas de hoteles se hacÃan por carta y en ocasiones llegaban con la excursión antes que el dinero, pero eran otros tiempos. Si llegábamos y no habÃa lugar para todos en el hotel se solucionaba rápidamente.
En los viajes largos nunca se quedó en la ruta; sólo tuvo problemas menores y propios del viaje tales como pinchaduras de cubiertas, roturas de cardán o de ejes, pero él todo sabÃa solucionarlo.
"Con el forcito chico fuimos a Villaguay, a una fiesta donde participaba la reina de Colón, la señorita Ansalas. HabÃamos salido con mal tiempo y a las dos de la mañana emprendimos el regreso. Al llegar al puente Santa Rosa el colectivo fue de alambrado en alambrado debido a la copiosa lluvia hasta que no anduvo más. Todos se bajaron, se descalzaron y llegaron hasta lo de Primitiva de Sotelo (almacén de la época), que acomodó a las chicas en una pieza y a los varones en un galpón entre bolsas. El grupo lo estaba pasando bien comiendo cordero asado, pero los familiares en Colón no tenÃan noticias del colectivo y su gente. Hablaron al aeroclub de Villaguay que envió un avión de reconocimiento que volando bajo vio al grupo jugando un partido de fútbol." Recién al tercer dÃa pudieron ir a buscarlos.
Los viajes no se programaban. Se sabÃa el dÃa de salida pero nunca el de regreso. Añorando viejos tiempos cuenta que ellos eran choferes, mecánicos, dueños y organizadores del viaje. Se aprovechaban los dÃas de lluvia para hacer reparaciones. Desarmar y armar motores u otras partes del vehÃculo eran tareas cotidianas en las que ayudaba su esposa. Ya en aquella época, los hijos aún chicos, daban vueltas y preguntaban estorbando.
Lamenta con mucha pena no contar con fotografÃas de aquellos primeros "forcitos", quienes seguramente ocuparÃan un lugar de privilegio entre todas las fotos de colectivos. Cuenta con serenidad que a medida que los hijos fueron creciendo, las tareas se compartieron y ya no fueron tan pesadas. El interés mostrado por haber nacido y crecido entre colectivos dio sus frutos, aunque sus ojos se nublan cuando recuerda que los cuatro varones no pudieron terminar sus estudios medios como sà lo hicieron las dos hijas.
Al llegar el año 1969, Orcellet deja la sociedad de turismo pues tenÃa una mentalidad distinta a la de los jóvenes Derudder. TenÃa miedo de tener nuevos coches y sentÃa temor de no poder pagar, en cambio, la sangre joven era todo empuje, pero aclara que su socio era un gran trabajador y sobre todo un buen amigo.
Recuerda que Raúl y Guillermo eran muy jóvenes, 20 y 19 años respectivamente, cuando fueron por primera vez a Bariloche, pasando ellos a ser los hombre-orquesta, como habÃa sido él anteriormente. Visitaban escuelas, vendÃan excursiones, firmaban contratos, eran choferes y mecánicos y Raúl, con su gran pasión, pintor de los micros con distintas rayas y colores. Don Hugo recorrÃa la empresa, firmaba los papeles, pues la agencia de turismo la habÃa conseguido él, hasta 1989 en que todo pasa a ser FlechaBus. En 1990, Orcellet vende la lÃnea a Derudder Hnos. Don Hugo dejó de manejar los micros y hoy, a la mayorÃa, los conoce por fuera. En su mente se mezclan los colores, los diseños y piensa que desde aquellos "forcitos" el ‘46 a los Sleeping bus actuales pasaron y pasaron varios.
Hoy en Flechabus trabajan todos los hermanos pues, él cuenta que, les dejó la responsabilidad de la empresa a todos en mayor o menor parte. Con orgullo señala que todos los dÃas se da una vuelta por la oficina y que sus hijos, a veces, le piden algo del taller. Interviene su hija Susana para hacer notar que todos contaron siempre con el apoyo del padre. Recto y equilibrado, les inculcó respeto a los demás, responsabilidad en el trabajo y reconoce que el buen nombre que tienen hoy, se lo deben a él.
Pasaron 42 años desde aquellos "forcitos" hasta estos micros multicolores. El ya no viaja en ellos, pues le apasiona manejar sin apuro y disfrutar del verde de los campos y el azul de los rÃos. Con mucho respeto, podemos llamar a don Hugo "el viejo patriarca" y lo imaginamos sentado en un gran sillón, con Doña Lelia de pie a su lado y su manso apoyada sobre el hombro derecho simbolizando el sostén que siempre fue. Adelante a sus seis hijos, abriéndose en abanico hacia el futuro.
Por un momento, el patriarca entorna sus ojos y piensa que le gustarÃa ir, después de una siesta, con Lelia a Villaguay por el viejo camino; puente Santa Rosa, Bergara, entrar a Capilla y ver el viejo puente de madera a cien metros del camino (que cree que aún está) y buscar , porque no, algún poste, un árbol o una señal que le sea familiar. Por sus ojos nublados pasa lentamente la imagen de su compañera de toda la vida y de siempre.
villaelisaaldÃa