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LOGOSOFÍA
24-10-2013

"El apurado"

(Villa Elisa al Dia)

Entre los mil pintorescos matices que contornean la psicología humana, ninguno tan curioso y extravagante como la impaciencia, cuando se manifiesta con el perfil del apuro.

La memoria de los hechos observados recuerda a un personaje que vivía en constante agitación. Desayunábase a toda prisa, poniéndose intolerable si al instante no era servido a satisfacción aunque luego demorase dos horas en leer su periódico. Salía de casa con invariable apuro, irritándolo cualquier demora o contratiempo que le impidiese llegar rápidamente a su habitual ocupación. Pero no llevaba cuenta del tiempo que tardaba en ponerse a trabajar.

Andaba por las calles como quien cumple urgentes diligencias, y cada vez que gestionaba un trámite, exhibía como credencial su tiempo reducido, protestando airadamente cuando alguien demoraba un minuto en atenderle.

Causaba la impresión del que siempre está ocupado en asuntos importantes, aunque nada le urgiera para tales apremios; antes bien, se le vio muchas veces perder lastimosamente el tiempo en cosas pueriles o en charlas intrascendentes.

Durante su juventud, comenzó, una y otra vez, diferentes carreras universitarias, sin lograr nunca graduarse en ninguna de ellas, pues no bien comenzaba sus estudios, apoderábase de él una voraz ansiedad por acabarlos cuanto antes, en forma tal que, no pudiendo contener su apuro, decepcionábase dejando trunco su propósito. De igual modo actuaba, en fin, con todo lo demás, siendo su vida, a causa de esta deficiencia, una constante sucesión de desventuras.

Alguien le hizo notar un día su lamentable falta, con tanta claridad, tino y acierto, que, ante la visión mental del infortunado personaje, deslizóse íntegramente el film monótono de su vida, fugazmente vivida, penosamente desaprovechada, en la que sobresalían proyectos malogrados, vacíos sin llenar, anhelos y esperanzas sin satisfacer, ansiedad indefinida por cosas que jamás se pudieron concretar.

El llanto comenzó, entonces, a descender por los pliegues de sus mejillas sombrías. Pero la voz amiga invitóle a contemplar cuánto le quedaba todavía por vivir, y al indicarle la forma de administrar su tiempo venidero para recobrar el que yacía en lo pasado, incitóle a practicar durante algunos meses un nuevo método de vida y a forjar una nueva concepción de la existencia: "Debes comenzar por estimarla y valorarla como algo trascendente -le decía-; como una oportunidad que habrás de aprovechar hasta el último suspiro, procurando enriquecerla cada día con más amplios y valiosos conocimientos.

Ello te deparará muchos momentos felices, tonificará tus energías con nuevos y fecundos entusiasmos, con estímulos precursores de fértiles esfuerzos que te acercarán cada vez más a las inmarcesibles fuentes de la Vida Universal".

Con estas reflexiones, cuya extensión y hondo contenido contrastaba manifiestamente con su vida estéril y agitada, llena de premuras vanas y carente de realizaciones concretas, el infeliz personaje, comprendiendo su error, decidióse a frenar sus arranques impulsivos y a comenzar una vida nueva, más consciente, más sensata, más positiva.

Años más tarde, el ex-apurado comentaba con verdadero placer el episodio descripto, confesando que el cambio de comprensión de la vida operado en él, le hacía experimentar la sensación de estar aprovechando inteligentemente no sólo el tiempo de toda una vida, sino el de varias a la vez.

Autor: Carlos Bernardo González Pecotche

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